El postmaterialismo o la narcótica del movimiento
En el año 2000 apareció la obra “Imperio”, de los profesores Michael Hardt y Toni Negri. Fue presentada como (cito textualmente algunos comentarios de la prensa oficial) “el Manifiesto Comunista del siglo XXI” o “la superación definitiva, desde la izquierda radical, de los planteamientos de Marx y Lenin”. Así pues, parecería que alguien ha conseguido enmendarle la plana a Marx y a Engels, encontrando los puntos débiles de sus postulados y, por lo tanto, planteando una praxis alternativa al movimiento de izquierdas. Estos dos académicos son la versión más depurada de la corriente, denominada “postmaterialista” muy en boga dentro de los ambientes intelectuales de la izquierda.
¿Qué plantean Hardt y Negri (sobre todo este último con una trayectoria superior)? En primer lugar su fina perspicacia les ha hecho darse cuenta de que vivimos en una época de revolución tecnológica. Las enormes implicaciones de la misma harían que los postulados de Marx ya no sirvieran por un cambio en las condiciones (¿no se podría decir que sólo es otra más después de la aparición de la máquina de vapor, el teléfono o la radio, aunque a mayor escala?). La primera consecuencia es la devaluación de la teoría laboral del valor.
Se afirma que en la época de Internet y la sociedad de la información ya no está tan claro que el trabajo humano sea la fuente de la riqueza. Las implicaciones de esto son muy graves. Obviamente se ha dado una evolución en el proceso productivo, imposible es negarlo, pero la estructura básica (trabajadores, privados de los medios de producción, que venden su fuerza de trabajo, por un salario inferior al valor que crean, a los propietarios del capital) sigue siendo la misma. Si negamos esto, negamos que el capitalismo sea una estructura social esencialmente injusta, negamos la explotación del hombre por el hombre que lleva implícita. El problema es que la negación no se fundamenta fuertemente y parece alejada de la realidad (¿o es que acaso no se han percatado estos ilustres profesores de la existencia, aún hoy día, de titulares de empresas que se lucran sin hacer nada mientras sus asalariados son los que día a día usan su trabajo para producir riqueza, de los “cortadores de cupones” de los que habla Lenin?).
Si tiramos de ese hilo llegamos a curiosos lugares. No se podría afirmar a la ligera que la sociedad esté dividida en clases sociales (explotadores y explotados) y, por tanto, el sujeto del cambio político (si es que éste se quiere llevar a cabo) ya no sería el proletariado (tal y como lo entiende Marx, es decir, el conjunto de trabajadores conscientes de su condición de explotados derivada del sistema productivo) sino una masa informe, que podríamos llamar “el movimiento”, de gentes concienciadas en no se sabe muy bien qué. Estas gentes, que no pertenecen a una determinada clase social, no tienen, por tanto, especial interés en sustituir el sistema productivo. El objetivo no sería una forma más o menos definida de socialismo o colectivismo, sino, en palabras de Negri, la “democracia absoluta” (obviamente sin pararse a pensar si en ella existe un pequeño grupo que copa los medios productivos y que, gracias a ello, se gana el pan con el sudor de la frente ajena).
Las críticas a la noción de sujeto no son nuevas. Ya en 1899 Eduard Bernstein las formula, de modo muy similar a Negri (y sin Internet de por medio). El padre del revisionismo pretende extirpar el contenido dialéctico a las tesis de Marx. Lo que late detrás es la proposición de que el capitalismo puede ser eterno y que habrá que aclimatarse a él lo mejor posible. Es decir, no nos obcequemos mucho con criticar el modelo productivo no sea que tengamos que admitir que nada puede hacerse contra él. Ni que decir tiene que las tesis de Bernstein en su día (y las de Negri hoy) les parecían de perlas a los popes del sistema, que se veían mucho menos amenazados (¿de ahí quizás la adulación a Negri por parte de los medios oficiales de información?).
Muchos han bebido de ahí. No importa, por tanto, de dónde sale el dinero, sino el uso que se le da. Da igual si la creación de valor deviene de la explotación de los trabajadores. Así nos encontramos movimientos de masas que solicitan a los estados, como objetivo “revolucionario”, que se imponga un gravamen a las transacciones internacionales de capital (sin pretender, ni por asomo, que ese capital deje de provenir de la parte de la fuerza de trabajo no remunerada a los asalariados). Y no miro a nadie.
Otra de las revisiones de Negri es al concepto de imperialismo que tenía Lenin. En “Imperio” se nos dice que ya no se puede hablar de una serie de estados que usen su poderío militar para dominar a otros y de esta forma encontrar salida para invertir su capital sobrante en lugares donde será más rentable. Lo que hoy habría es una red internacional de poder (el propio “Imperio”) que construiría un sistema mundial de dominio sin pararse en fronteras nacionales. Parece que se les escapa que, dentro de la clase capitalista internacional, existen contradicciones de intereses derivadas de la pertenencia a uno u otro estado, por circunstancias tan obvias como la existencia de distintas divisas. Recordemos como el país de los poseedores del dólar se apresuró a invadir Irak cuando este estado se disponía a empezar a vender petróleo en euros, lo que hubiera devaluado el dólar (de seguir los países de la OPEP el ejemplo) empobreciendo a las empresas estadounidenses que con él operan. La teoría del choque de civilizaciones que postulan los ideólogos neocon es la prueba más evidente de que las teorías de Lenin siguen en absoluto vigor.
De nuevo nos hallamos ante afirmaciones con enorme implicación. Si el poder estatal carece de importancia ¿por qué enfrentarse a él? Este es quizás el punto central de los postulados de Negri: no hay que aspirar a tomar el poder, puesto que no sería útil. Entonces ¿qué hacer para lograr la llamada “democracia absoluta”?
El movimiento debe convertirse en un grupo de presión, una especie de lobby por abajo. Sería el vigilante para que los excesos del poder (que siempre estaría en manos ajenas) fueran lo menos catastróficos posibles. Esto, queridos amigos, es la mayor utopía de la historia. Si el poder, según Max Weber, es la posibilidad de imponer la propia voluntad sobre la voluntad ajena, nada se puede hacer mientras esté en otras manos. Nada que ver tiene Negri (no nos engañemos) con los teóricos del anarquismo, líderes revolucionarios que pretendían extirpar el simple concepto de poder de la sociedad. Ambos renuncian a la acción política en el estado, pero los seguidores de Hardt y Negri quieren vivir al margen del mismo, no oponerse a él.
Esto último (vivir al margen) es a lo que parece que aspiran muchos grupos dentro de los llamados “movimientos sociales”. Un espíritu neohippie (no olvidemos que muchos hippies acabaron siendo yuppies), individualista y hedonista al máximo. A muchos les trae al pairo (aunque digan lo contrario) qué les ocurra a los trabajadores, a los que viven en estados coloniales, a las mujeres maltratadas, a los indigentes… porque ellos han abandonado la partida. Habilitan espacios en los que vivir al margen de la sociedad y no pretende cambiarla, puesto que nada hacen para ello. Su anticapitalismo se basa en construir otro pequeño capitalismo al margen del mayor, basado en el consumo de otros productos (todo aquello que lleve el apóstrofe de “solidario-ecológico”), con otra moda, otra música y otra forma de vida. La militancia política como actividad lúdica, fundamentada en el consumo de sustancias psicoactivas, el amor libre (mal entendido) y las variadas performances circenses.
Los que llevan doscientos años manejando el percal a su antojo se relamen. ¿Qué más les da que un grupo de “alternativos” se dediquen a vivir de otra manera? En nada quedarán mermados sus enormes poderes, en nada se verán amenazadas sus abultadas cuentas corrientes (generadas a partir de la explotación del asalariado).
Si intentar cambiar la sociedad y lo que la hace tal cual es, es decir, el modelo económico-productivo es ser un trasnochado decimonónico, lo siento señores, pero yo soy un trasnochado decimonónico. Y a mucha honra.
Tito, miembro de la Agrupación Universitaria Carlos Marx (Universidad Carlos III)
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