Impresiones coreanas (1ª parte: “No envidiamos a nadie”)
Irina Malenko
Levaya Rossia (left.ru)
Traducido del ruso para Rebelión por Andrés Urruti
(ver artículo anterior http://www.rebelion.org/noticia.php?id=55992)
Una vez cruzada la frontera entre China y la República Popular Democrática de Corea (RPDC) el paisaje cambia como por arte de magia: en lugar de las ásperas montañas cubiertas de árboles, con grises y humeantes ciudades intercalándose entre ellas, de repente aparece arrastrándose tras la ventanilla del tren un verdor cegador de campos de arroz, cuidadosamente separados unos de otros por hileras de patatas y maíz. Corea es un país montañoso, no hay mucha tierra adecuada para la agricultura, y da la impresión de que aquí se planta y cultiva todo lo que se puede, hasta en las laderas de las colinas, donde crecen plantas de maíz y de diferentes hortalizas en terrazas, a menudo en tales ángulos que es imposible imaginar como han conseguido encaramarse hasta allí los agricultores nativos. El tractor en esos lugares, evidentemente, no sirve; la tierra se trabaja a mano o se labra con ayuda de bueyes... En los campos no hay, literalmente, ni una hierba de maleza, ni siquiera en los más alejados de los caminos. Campos perfectos.
¡Qué terribles relatos no nos cuenta hoy en día la prensa burguesa sobre la RPDC! No tiene sentido repetirlos todos, abran cualquier periódico: “en Pyongyang prohíben a la gente colgar cortinas en las ventanas, para saber qué es lo que pasa en las casas” o “en Corea del Norte se llevan a cabo ejecuciones públicas por el uso de teléfonos móviles” (no se dice a quién, dónde , cuando y por qué exactamente se practicaron esas ejecuciones, naturalmente, como no se dice cuales son las fuentes de semejantes “informaciones”). Lo mismo que, antes, según esa misma prensa, en la URSS no teníamos sindicatos, las mujeres trabajaban exclusivamente porque sus maridos no podían alimentarlas, y los niños y las mujeres estaban “socializados” por los malvados bolcheviques...
Desde las primeras escenas que pude observar en la RPDC, no me surgió la sensación de estar en una empobrecida dictadura del “eje del mal”, olvidada de Dios, como pretende inculcarnos la prensa “democrática”... sino ¡una impresión de fiesta! ¡Hacía exactamente 30 años que no veía esas filas de árboles con los troncos blanqueados a lo largo del camino! Los tranvías y trolebuses de aquí están mucho más nuevos y limpios que los de mi “democratizada” ciudad natal en Rusia, y no hay ni un solo asiento roto. Nadie escribe en las tapias palabras malsonantes, ni en la lengua nativa ni en inglés. Hasta el día de hoy es posible bañarse en los ríos y beber agua de manantial (lo que sorprendió mucho a los europeos occidentales de nuestro grupo) y el agua del grifo en Pyongyang se puede beber directamente, sin ninguna necesidad de hervirla antes.
Pyongyang es una ciudad muy verde. Parece un enorme parque. En sus calles se ven sobre todo sauces y álamos; hay mucha agua: por la ciudad pasan dos ríos, formando algunas islas en medio. ¡Y además, por primera vez en mi vida veo modernos edificios multicolores de muchos pisos realmente bonitos, originales y diferentes unos de otros!
Como ya dije, la gente va por la calle bien vestida, pulcra (¡y con gusto!). (A decir verdad, muchos calzan botas de goma, pero con lluvia, así que no hay en esto nada de sorprendente). Nadie tira basura a la calle y por eso no se ven contenedores de basura. Esto me recuerda un cartel en la pared de uno de los comedores de los tiempos soviéticos: “¡Hay limpieza, no donde se limpia mucho, sino donde no se ensucia!”. Lo primero que nos sorprendió agradablemente de Pyongyang fue el silencio y la tranquilidad de las noches. A cambio, por la mañana temprano te despiertas con el sonido de las escobas de los barrenderos que limpian las calles. Pyongyang es quizás la ciudad más limpia del mundo. Y en el curso de la jornada se ven aquí y allá personas, escolares incluidos, que ayudan a mantener la limpieza de la ciudad. Por cierto, esto se refiere no solo a la capital, lo mismo vimos en las ciudades de provincias, e incluso en las aldeas. Los niños plantan flores a lo largo de los caminos y los soldados trabajan en los campos, con arados de bueyes. ¿Puede uno imaginarse un cuadro más pacífico?
Aquí nadie lleva en las manos decenas de bolsas (si hay que portar algo pesado se lleva a la espalda, en una mochila). Los rostros de la gente son afables y joviales. En las calles hay poco transporte (¡no podemos olvidar los problemas energéticos de este pequeño país, abandonado a su suerte por sus principales amigos y aliados, y aún así capaz de sobrevivir y continuar, no sólo manteniendo su independencia, sino desarrollándose a pesar de todas las adversidades!), muchas personas van a pie, o conducen bicicletas, practican deporte y trabajo físico, y por eso aquí prácticamente nadie padece obesidad. Recuerdo como van las cosas a este respecto donde vivo ahora... Uno de cada 4 niños en Irlanda padece hoy sobrepeso. Y en cuanto a los adultos, se muestra en televisión el siguiente anuncio: “Por favor, ¡muévanse aunque sea sólo media hora al día! Eso sería suficiente para mantener un modo de vida saludable...”
A propósito, en la cuestión de la energía eléctrica, en la RPDC son ahorrativos: donde es posible las bombillas normales se han sustituido por otras de bajo consumo (¡algo que en Occidente todavía sólo está pensándose en introducir!), y allí donde la luz no es necesaria se apaga inmediatamente.
Los coreanos van por las calles a sus quehaceres sin apresurarse, y en los transportes no organizan apreturas. Los mostradores de las tiendas están llenos de productos, en cambio no hay colas como las que existían entre nosotros. Aquí la gente entra tranquilamente en las tiendas cuando necesitan alguna cosa, la escogen y la compran. El sistema capitalista en los llamados países desarrollados, por la fuerza de las leyes inherentes a su funcionamiento, tiende a acostumbrar a la gente a comprar incluso cosas que ésta no necesita en absoluto: se empieza con que el “shopping” (ir de compras) se convierte en una de las aficiones de la persona, uno de sus pasatiempos preferidos, progresivamente las personas se convierten en auténticos “shophólicos” y, como en cualquier drogadicción, experimentan satisfacción sólo en un corto periodo de tiempo después de la compra, luego sienten la necesidad irresistible de comprar algo nuevo, y cada vez les parece que después de esa última compra van, finalmente a aprehender el sentido de la vida y a sosegarse... Terrible enfermedad, que arrastra a las personas a un interminable torbellino de deudas con créditos y préstamos, después de lo cual muchas de ellas trabajan ya sólo para el pago de esas deudas... ¿Y como puede una persona así ser “libre”? Se encuentra, de hecho, atado de pies y manos, lo que se exigía de él.
Los coreanos de la RPDC no conocen, afortunadamente, esta terrible enfermedad. Pero la variedad de productos en las tiendas es aquí suficientemente amplio, y nadie se hincha de hambre, como ocurre en los “democráticos” países africanos (a una persona de 20 años de edad, por ejemplo, aquí le corresponden 700 gramos de arroz diario). Estuvimos en diferentes regiones del país, incluida la zona agrícola, en la región en la cual, de creer a la prensa occidental, debería de haber hambre (sobre la visita a un sovjós local, granja estatal, hablaré más adelante) y pudimos convencernos por nuestros propios ojos que esos “relatos de terror” son del mismo tipo de los de las “armas de destrucción masiva iraquíes”.
Los coreanos compran libremente artículos también en las tiendas de los hoteles donde viven los extranjeros. Nosotros vivíamos en un hotel con nativos, y no me ocurrió ni una sola vez que alguno de nuestros acompañantes no nos permitiera comunicarnos con cualquiera de ellos. Naturalmente, existen en el país lugares que no se pueden mostrar a los extranjeros; antes también ocurría eso entre nosotros, y ahora comprendo que eso era absolutamente correcto. Sobre la RPDC pende permanentemente la sombra de la amenaza imperialista estadounidense. Pues hasta este momento, entre estos dos países no hay ni siquiera firmado un acuerdo de paz, después de la brillante victoria del pueblo coreano en la guerra de 1950-1953, y existe sólo un armisticio. Los EEUU no quieren firmar documentos que corroboren una paz sólida.
Realmente, hay muchos militares en las calles de la RPDC, pero enseguida te acostumbras a su presencia – es una parte integrante de la realidad de este pequeño y orgulloso país. Aquí no se mercadea con los uniformes militares o las condecoraciones de padres y abuelos. En verdad, aquí no pasaría lo de Yugoslavia, cuando el ejército salió entero de los bombardeos de la OTAN, pero Kosovo fue entregado al enemigo sin ninguna resistencia...
Claro que la gente en las calles a menudo se queda mirando a los extranjeros, particularmente los niños (estos últimos empiezan a agitar las manos y a sonreírse, y las patrullas militares en las carreteras, con impecable gentileza, incluso te hacen saludos militares). No están acostumbrados a los extranjeros, esto es así. Al año visitan la RPDC, en total, apenas unos cientos de turistas extranjeros. Pero el problema no está en Corea, sino en la propaganda occidental. Por casualidad le eché el ojo a un mensaje electrónico, enviado desde casa a uno de los turistas occidentales presentes en Pyongyang: “¡Cuando nos enteramos de donde estabas, enseguida nos preocupamos mucho!...”
Ese mismo turista ahora puede confirmarles que no había ni el menor motivo para preocuparse (puede ser que en su país natal sí que tenga que preocuparse, después de volver de aquí). Es más, aquí se pueden dejar las cosas, incluyendo las valiosas, con absoluta libertad en el hotel o incluso en el autobús durante las excursiones, y tener el 100% de garantía de que nadie va a coger nada, incluso si el autobús tiene todas las ventanillas abiertas. ¿Pueden imaginarse algo así en uno de los países europeos? Los niños dejan en la escuela las carteras cuando van a casa a comer.
Nuestros guías nos dijeron que cuantas más personas visiten su país, tanto mejor: “Si ustedes conocen a alguien más que esté interesado en ver la RPDC, díganle que venga. Estaremos muy contentos. Todo el que ve con sus propios ojos nuestro país, sin exclusión, no cree más que nosotros tengamos intenciones agresivas o en otras invenciones de la propaganda occidental.” Y efectivamente, ¿cómo creer en ellas, cuando comparas mentalmente los soldados coreanos, que labran la tierra y trabajan en las construcciones de su patria, con la soldadesca yanqui o de otros países “otánicos”, torturadores y ejecutores de población civil en países ajenos?
Yo me sentía, por momentos, prácticamente como en casa. Y la cosa no estaba (o no estaba tanto en eso) en que aquí hay muchos autos y otros medios de transporte soviéticos, y las calles son anchas, como en Moscú, que el uniforme militar de los oficiales coreanos recuerda también al soviético, que muchos edificios de pisos son parecidos a los soviéticos (solo que, a diferencia de estos últimos, estaban pintados en diferentes y bonitos tonos de colores), y que los cines, como antes entre nosotros, estaban decorados con carteles hechos a mano con la representación de los héroes de los filmes. No, lo principal estaba en las personas, en su forma de vida.
Todo era instantáneamente reconocible – las excursiones escolares y de trabajo a museos y circos, los “subbotniki” (N del T: trabajo voluntario gratis que se hacía los sábados; característico de la época soviética), los cuadros de honor (N del T: donde aparecían, por ejemplo, con fotos, los trabajadores más destacados en alguna actividad)..., cosas que son difíciles de explicar a una persona occidental, pero para nosotros, criados en la URSS, hasta entonces naturales como el aire. Solo las habíamos olvidado un poco, pero después de 2–3 días en Pyongyang los recuerdos se acumulan con tal presión, como un alud, que parece que casi sientes el aroma familiar de la casa de tu infancia... Se acumulan también los sentimientos, los mismos que en el mundo “libre” hubo que reprimir, con celo y durante largo tiempo, simplemente para sobrevivir. Por ejemplo, el amor a la gente. O el deseo de ser útil a la sociedad. Y la fe en lo mejor de las gentes, fe que casi perdimos estando ya más de 15 años constantemente alerta en una vida en la que el hombre es, efectivamente, un lobo para el hombre, y de él se puede esperar cualquier mala jugada.
Ante mí había un país en el que cada día parecía la fiesta de nuestro 1º de Mayo soviético.
Nadie dice, por supuesto, que los coreanos tengan una vida fácil y despreocupada: “Imagínese lo que pasaría en su país si, de un día para otro, perdiera sus relaciones económicas, de repente, con Alemania, Holanda, Francia, Gran Bretaña... En esa situación se encontró nuestro país a principios de los años 90” – contaba a su auditorio belga un diplomático de la RPDC en el día de la solidaridad con su país. En ese mismo periodo ocurrieron en la RPDC varias catástrofes naturales, lo que condujo a la pérdida de la cosecha. Pero finalmente el país se recuperó de ello, a pesar de todas las dificultades, relacionadas, no sólo con lo descrito más arriba, sino también con las sanciones económicas de los EEUU. Y cuando ves, en la Exposición coreana de las Tres Revoluciones, (parecida a nuestra Exposición de los Adelantos de la Economía de la URSS) sus propios vehículos, cuya producción se realiza en el mismo país, y el pabellón dedicado al primer satélite artificial norcoreano (cuya existencia niegan hasta hoy los EEUU: “Eso no puede ser, porque nunca podrá ser”), inevitablemente te maravillas ante la tenacidad y el valor de este pequeño pueblo.
Aquí no se venden por millones de dólares plazas en las naves espaciales y no comercian con los documentos de la historia patria. Los sabios coreanos trabajan en beneficio de su país. No se convierten en prostitutas forzadas que ofrecen sus servicios a quien pague más, como nuestros científicos, para los cuales el propio estado actúa en el papel de proxeneta.
La despreocupación no es, en absoluto, sinónimo de felicidad. Como dijo León Tolstoi, “la quietud es una bajeza espiritual”. “Déjame vivir tranquilo” es el lema preferido de los egoístas y carreristas de todos los tiempos y naciones.
Pero la tranquilidad y la confianza en el día de mañana son dos cosas diferentes. Y la última se puede decir que se respira en todas las calles norcoreanas.
Corea del Norte hoy es, efectivamente, la Rusia que perdimos. Sólo que mejor, moralmente más limpia, más natural. Es posible que así fuera nuestro país en los años 50; yo, por desgracia, solo se de esos años a través de los relatos de mi madre; no tuve suerte, nací más tarde. Y después, a todos nosotros, de repente, como a Ostap Bender (N del T: protagonista de la novela satírica “Las doce sillas” (1928), de Ilf y Petrov, muy popular en la URSS) se nos hizo “aburrido construir el socialismo” y en lugar de esto, empezamos a pensar en pantalones a la última moda, en mulatas y en Río de Janeiro. Con consecuencias más bien lamentables para nuestro país...
Sólo una vez aquí, he comprendido que al otro lado de la frontera no comprenden a Corea (del Norte), ante todo a causa de su propio cinismo y falta de principios. Simplemente no pueden imaginarse que haya en el mundo gente que realmente crea en un futuro luminoso y trabaje sin tregua para construirlo, porque ellos mismos, cuando en sus tiempos decían hermosas palabras sobre el comunismo, no hacían sino fingir. O bien, de ningún modo pueden imaginarse qué es el socialismo, y como se puede tener en cuenta a otras personas y no vivir sólo para la satisfacción de las propias necesidades más animales (como aquel taxista de Dublín que me planteaba la cuestión de que para qué estudiaba la gente en la URSS para médico o maestro, si médicos y maestros tenían la misma paga, si no menos, que los obreros). Y, naturalmente, esa gente juzga a los otros exclusivamente según sus propios parámetros...
Cuando la gente de otros países que ha estado aquí regrese a sus hogares, pocos serán también los que escuchen sus impresiones positivas. En lugar de esto se sorprenderán: “¿Es posible? ¡Qué rápido se la ha pegado la propaganda norcoreana! ¡Pero mira que debe ser fuerte allí la dictadura!”
¿Pero qué propaganda, muchachos? Las consignas son consignas, pero a mí nada me influiría tanto como lo que ves con tus propios ojos. Como que una aplastante mayoría de la población vive una vida digna, están conformes con ella y con que diligencia trabajan. ¡Si es a palos, no trabajas así!
Viendo a los coreanos – bajitos, tan frágiles de aspecto, que en los “subbotniki”, formando una cadena a lo largo de la carretera cavan un foso para los cables eléctricos, en una extensión de varios kilómetros o hasta la noche cerrada, y, a menudo, en los días festivos, sin darse descanso, labran los campos de arroz – recuerdas sin querer estas líneas de Tijónov: “Si se hicieran clavos de estas gentes, ¡no encontrarías en el mundo clavos más fuertes!”. Ellos, realmente, tienen una relación de amor con el trabajo – si ustedes tienen todavía capacidad de imaginarse lo que es eso
Cuando ves a los coreanos trabajando sientes que cada persona sabe exactamente que tarea le corresponde – sin ningún jefe que esté al lado – y, consecuentemente, la cumple. ¡Qué contraste con nuestros “subbotniki” de los años 70, cuando, por ejemplo, se quería hacer lo que fuera necesario con más prontitud y tus compañeros de clase dejaban las escobas en un montón e iban a un rincón a charlar. “¿Y tú qué? No merece la pena. ¡Ven con nosotros!”...Los frutos de estas y otras cosas todavía los recogemos hoy.
Y además... los coreanos viven como una gran familia. A una persona así, apenas conocedora de la sociedad burguesa, es verdaderamente difícil acercarse...
“¡Ah, estos sólo saben trabajar como esclavos, y para ellos no hay nada más en la vida!” – vociferan ahora nuestros “señoritos”, soñando que “su dinero trabaje para ellos”, como les prometen los reclamos de todos los estafadores, en la imaginación de los cuales la felicidad es “yacer sobre la arena en las Bahamas”. “He aquí por qué ... estáis en jaulas y vivís” como decía el personaje Gedevan Aleksándrovich, del inmortal film “Kindza-dza”(1984)... A propósito, en Corea del Norte no he visto en ningún sitio rejas en las ventanas. O puertas blindadas, como en Rusia. No hay necesidad de ellas.
Ellos tienen de todo en sus vidas, no se preocupen. Hay teatros, museos, circo, salas de deporte y piscinas, casas de cultura y parques de descanso, y todo esto accesible a todos. Y hay una muchacha en uniforme militar que, andando por un sendero rural, lee sobre la marcha un buen libro. Y hay niños que tocan instrumentos musicales, bailan y ríen (mientras, en la “civilizada” ciudad donde vivo sus coetáneos mueren por sobredosis de drogas, roban autos o queman a alguien). Y hay jóvenes que juegan al ajedrez. Y hay ancianos que descansan con dignidad en los bancos del parque sin tener que preocuparse de ser despojados por reformas monetarias. Y hay enamorados que pasean por los muelles, cogidos de la mano y mirándose tiernamente el uno al otro, en lugar de ir bebiendo latas de cerveza y después tumbarse en cualquier sitio entre los arbustos...
¡Miren alrededor! ¡Miren en que sucio y fétido basurero hemos convertido nuestro maravilloso, querido, único en el mundo, país! Todos nosotros, y no sólo los malhechores del tipo de Berezovski (N del T: el más conocido oligarca ruso, actualmente huido a Gran Bretaña) (¡nosotros hemos permitido que él y otros de su calaña surgieran!). ¡En qué nos hemos convertido nosotros mismos en nombre de la infección del “nuevo pensamiento”, en el cual no hay nada de nuevo, sólo los habituales egoísmo y codicia! ¡Miren como hemos “mercantilizado” Rusia, convirtiéndola en un enorme “rastro”, en un inmenso “mercadillo de segunda mano”! ¿Es que no les duele por ella? ¿Acaso han llegado a tal grado de carencia de amor propio?
Hace mucho tiempo, aún en la escuela, cuando leía la revista “Corea hoy” en lengua rusa, se me grabó para el recuerdo esta frase: “¡No envidiamos a nadie!” Entonces me pareció, por decirlo suavemente, una exageración. Pero hoy he podido, con mis propios ojos, comprobar que la frase es verdad. Efectivamente, los coreanos no tienen por qué envidiar a nadie infectado por el bacilo del servilismo más abyecto. Nosotros deberíamos envidiarles a ellos...
Pyongyang, julio de 2007
(continuará)
Fuente: http://left.ru/2007/12/malenko164.phtml
Andrés Urruti pertenece al equipo de traductores de Cubadebate y Rebelión.
Etiquetas: Corea del Norte: Resistencia socialista, Josafat: una ventana a la nueva Unión Soviética
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