Nuestra lucha no se trata de una mera elección estrecha entre opciones electorales dentro del actual régimen, sino de apostar por formas de organización económica y espiritual, cualitativamente superiores a la civilización burguesa, donde se garantiza la emancipación del proletariado y la democracia real. Es la lucha popular por la conquista de la civilización socialista, partiendo del estudio científico de las bases materiales que lo posibilitan y con el objetivo último del comunismo.

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29 de julio de 2008

Los genocidas ganan las elecciones en Camboya

Juan Manuel Olarieta Alberdi


Según un despacho de la agencia Efe de 28 de julio, el primer ministro Hun Sen ha ganado por amplia mayoría las elecciones legislativas celebradas en Camboya. Su partido, el Partido del Pueblo de Camboya, ha obtenido casi el 60 por ciento de los votos. La principal fuerza de la oposición, el Partido de Sam Rainsy, el antiguo ministro de Finanzas sólo ha obtenido el respaldo del 23 por ciento de los votos, es decir, tres veces menos.

Hasta ahí nada llama la atención. Pero, según añade la noticia el partido vencedor de las elecciones es "el antiguo partido comunista, en el poder desde hace tres décadas" y, cuando me pongo a echar cálculos, obtengo que dicho partido gobierna nada menos que desde 1978.

Cuando sigo reflexionando más despacio recuerdo que, en realidad, el tal Hun Sen era un antiguo dirigente del Jemer Rojo que desertó de sus filas para unirse a las tropas vietnamitas que en enero de 1979 invadieron Camboya.

Por tanto, quienes siguen ganado ampliamente las elecciones son aquellos supuestos "genocidas" que, según dicen, asesinaron a un tercio de la población camboyana entre 1975 y 1979. Eso me lleva a preguntar cómo es posible que muchos de aquellos que vieron a sus familiares y amigos exterminados por los Jemeres Rojos les voten ahora, con un mero cambio de siglas.

No creo que ninguno de ellos se haya olvidado tan pronto de aquella masacre cometida por los Jemres Rojos porque justamente se está celebrando ahora mismo el juicio por genocidio ante un Tribunal Internacional dentro de la misma Camboya.

Según dicen las noticias, fueron cerca de dos millones de personas (otras fuentes dan la cifra exacta de 1.700.000) las que murieron "a causa de la hambruna, las enfermedades y las purgas" cometidas en lo que entonces se llamaba Kampuchea Democrática. Mi primera sorpresa es que se mezclen en la misma partida contable los muertos por hambre, por enfermedades y por purgas. Entre otras múltiples preguntas que esa forma de dar las noticias me sugiere, me pregunto quién realizó las autopsias de los cadáveres para determinar las causas de todas esas muertes, o si se hizo a ojo de buen cubero. También me pregunto si esas muertes no tendrían algo que ver con la salida del país de Estados Unidos, con el Estado lastimoso en que lo abandonaron y el bloqueo subsiguiente.

Igualmente imagino que todos esos asesinados tendrían hermanos, cónyuges, padres, hijos, sobrinos, primos y una larga lista de familiares indignados por lo que sucedió y que una buena parte de ellos han tenido que votar a sus verdugos para que salieran elegidos por una mayoría tan amplia. Tengo la extraña impresión de que es como si en unas elecciones en Argentina, la madres de la Plaza de Mayo hubieran votado a Videla.

Mi estupor sube un grado cuando leo que hasta el 8 de febrero de este año únicamente 500 víctimas del genocidio han prestado declaración ante los fiscales del Tribunal Internacional que investigan el genocidio camboyano. No se a qué se referirán las noticias cuando aluden a que las "víctimas del genocidio" declaran ante los fiscales. Quiero suponer que siguen vivas y no murieron en el genocidio. Quizá se trate de familiares de las víctimas directas. Pero 500 es una cifra muy lejana de 1.700.000: no llega al 0’0003 por ciento. La proporción es todavía más insignificante si multiplicamos 1.700.000 por ejemplo por tres para estimar el número de supervivientes de los asesinados. La desproporción es tan abismal que habrá que seguir prestando atención a nuevas declaraciones de otras víctimas porque, de lo contrario, el montaje -uno de los fraudes mediáticos más importantes del pasado siglo- se vendrá abajo estrepitosamente. ¿Acaso existen víctimas a las que nunca se les va a tomar declaración? ¿O no hubo tantas víctimas como nos quieren hacer creer? ¿O lo que no existió fue el supuesto genocidio?

Quiero justificarme a mí mismo -aunque nadie me lo pida- diciendo que no soy negacionista. Al contrario, mi ingenua credulidad ante las noticias de la prensa imperialista me obliga a reflexionar a partir de los datos que ellas mismas proporcionan porque no hay otros, o al menos yo no los conozco. Sin embargo, tengo que confesar que esa unanimidad mediática me huele muy mal. No acabo de entender por qué se juzga a unos mientras otros, como Hun Sen, quedan libres, se presentan a las elecciones, las ganan y gobiernan durante 30 años, o lo que es lo mismo, que sigan gobernando pero ya sin genocidio, democráticamente.

Parece increíble que un genocidio de paso a una payasada gigantesca como la que estamos viviendo porque no tendría ninguna gracia. Ninguna. Pero así es. No sólo por la propia farsa del juicio sino porque en abril los jueces del Tribunal se declararon en huelga porque no les pagaban sus honorarios.

Pero lo que se inicia como farsa tiene que terminar de la misma forma. El Tribunal Internacional tiene poco de internacional y poco que ver con la ONU , por más que, como viene siendo frecuente en las últimas agresiones imperialistas, se cubra bajo sus ropajes. Todo ese tipo de montajes tienen su origen en el mismo punto geográfico: Estados Unidos. El Congreso de aquel país aprobó en 1994 el denominado “Cambodian Genocide Justice Act”, cuyo objetivo explícito fue crear el Tribunal Internacional. A estos efectos, se creó en el Departamento de Estado una “Oficina para la Investigación del Genocidio Camboyano”, con el fin de obtener las pruebas que deberían ser presentadas ante el Tribunal. Lo demás ha sido cosa de la conocida diplomacia norteamericana.

Cuando asuntos tan dramáticos se negocian y trapichean sólo pueden convertirse en una farsa, y el Tribunal fue el fruto de una negociación con uno de los jefes genocidas, Hun Sen que, naturalmente, tuvo que quedar fuera de la farsa para ganar las elecciones democráticamente. Él es inocente antes del juicio.

Pero eso era sólo una parte del precio a pagar. La otra era en metálico, en dinero, en “ayuda” exterior, inversiones... y turismo. El turismo es hoy el gran negocio en Camboya, a donde llegan anualmente dos millones de visitantes, buena parte de ellos con fines sexuales. Además del sexo barato, uno de los atractivos del país es precisamente el genocidio, convertido por los turoperadores en macabro señuelo. El Museo Tuol Sleng, los campos de exterminio, la tumba de Pol Pot, la casa de Ta Mok, las casas en ruina de Kep y otros sitios similares se encuentran entre las guías de visita recomendada a Camboya. Las pesadillas también se pueden comercializar. Aunque quizá esto sea un exceso mío y la entrada a los museos de los horrores sea gratuita para que los turistas no puedan olvidar nunca que allí hubo una masacre.

Uno de los casos que ilustra el atractivo turístico camboyano es el mapa de cráneos de Camboya exhibido en el Museo Tuol Sleng, cuyas fotos ha reproducido la prensa imperialista hasta el hartazgo. Esta práctica es realmente extraña porque para los budistas los espíritus de los difuntos tienen que reencarnarse y para ello deben ser incinerados. ¿Quién y por qué se conservan los huesos? En enero de 2008 la actriz Mia Farrow inició una campaña para encender la antorcha olímpica en el Museo Tuol Sleng, una iniciativa sostenida por la embajada de Estados Unidos, empeñada desde hace 30 años en impedir que los camboyanos masacrados puedan reencarnarse e iniciar una nueva vida.

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