Nuestra lucha no se trata de una mera elección estrecha entre opciones electorales dentro del actual régimen, sino de apostar por formas de organización económica y espiritual, cualitativamente superiores a la civilización burguesa, donde se garantiza la emancipación del proletariado y la democracia real. Es la lucha popular por la conquista de la civilización socialista, partiendo del estudio científico de las bases materiales que lo posibilitan y con el objetivo último del comunismo.

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3 de julio de 2006

"Museos de guerra", artículo del camarada Higinio Polo

El Viejo Topo

El Museo del Prado, de Madrid; el Museo del Ermitage, de Leningrado; el Museo Nacional de Beirut y el Museo Arqueológico de Bagdad son cuatro instituciones que comparten similares y dramáticas experiencias, separadas por décadas de distancia: la guerra civil española, la Segunda Guerra Mundial, la guerra fratricida y la invasión israelí del Líbano en 1982, y la invasión norteamericana de Iraq en 2003. Quienes dieron la orden de ataque conocían el valor cultural y simbólico de esos museos. Madrid, Leningrado (San Petersburgo), Beirut y Bagdad son ciudades que no tienen mucho que ver entre sí: hija, una, de la España católica que había iniciado pocos años antes una república democrática; otra, de la URSS comunista y laica; una tercera de la mezcla de religiones del Líbano, y otra de la Mesopotamia legendaria y del Iraq árabe. Sin embargo, hay algo que las une: el Museo del Prado de Madrid fue bombardeado deliberadamente por la aviación fascista durante la guerra civil española; el Museo del Ermitage de Leningrado vio llegar oleadas de bombarderos nazis de la Luftwaffe, con la intención de destruirlo; el Museo Nacional de Beirut casi desapareció a causa de la guerra civil y, después, de las bombas del ejército israelí, y el Museo Arqueológico de Bagdad fue arrasado ante la mirada indiferente del ejército de ocupación norteamericano. Ese trágico destino compartido por cuatro museos donde se guardan muchas de las obras más insignes creadas por el espíritu humano, fue enfrentado por los generosos y emocionantes esfuerzos de sus responsables y conservadores, de hombres y mujeres que, para salvar los museos, arriesgaron sus propias vidas: recordarlo implica dirigir nuestra mirada hacia la cólera de la guerra y, también, hacia la generosidad de quienes resistieron a las bombas y al huracán de la muerte apenas con sus manos desnudas y su fe en la cultura y en la razón humana. Esa circunstancia nos permite, hoy, relacionar a Madrid, la primera ciudad que padece esos ataques a la cultura, contra su mejor Museo, con Leningrado, con Beirut y con Bagdad. También podríamos hacerlo con otras, pero es probable que los ataques a esas cuatro ciudades sean los que mejor resumen el odio a la cultura. La barbarie de los ataques a esos museos, no es exclusivamente un recuerdo del pasado en la Europa pisoteada por el fascismo, porque guarda estrecha relación con el mundo de nuestros días y con el futuro que parecen anunciar desde Washington, si atendemos a esa siniestra amenaza de las guerras preventivas: no hay que olvidar que, ayer mismo, en estos inicios del siglo XXI, el gobierno israelí de Ariel Sharon arrasaba bibliotecas y reducía a chatarra los ordenadores de las oficinas palestinas en los territorios ocupados, llevándose toda la información de la Autoridad Nacional Palestina, para destruir la memoria y la cultura de un pueblo. Los sanguinarios ocupantes se convierten a veces en ladrones: todavía hoy, los militares italianos destinados en Iraq, por ejemplo, trafican y roban tesoros arqueológicos de Mesopotamia, según denunciaba el diario italiano Liberazione el 7 de enero de 2006. No son los únicos.

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