Nuestra lucha no se trata de una mera elección estrecha entre opciones electorales dentro del actual régimen, sino de apostar por formas de organización económica y espiritual, cualitativamente superiores a la civilización burguesa, donde se garantiza la emancipación del proletariado y la democracia real. Es la lucha popular por la conquista de la civilización socialista, partiendo del estudio científico de las bases materiales que lo posibilitan y con el objetivo último del comunismo.

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19 de septiembre de 2006

Análisis del MAI sobre la ocupación del Líbano

Reproducimos integramente este interesante análisis del MAI:


Insertamos el siguiente texto con motivo de la manifestación del 19 de septiembre contra la ocupación del Líbano por parte de las tropas del Estado terrorista-sionista de Israel. Se trata de la parte de la editorial de El Martinete nº 19 (publicado con fecha de septiembre y que próximamente será colgado en nuestra página web: www.nodo50.org/mai), donde se expone la postura del Movimiento Anti-Imperialista (M.A.I.) sobre ese particular. Sólo añadir nuestra rotunda condena de la decisión adoptada recientemente por el parlamento español para el envío de tropas de ocupación y para el apoyo de la intervención imperialista de la comunidad internacional en el Líbano. En particular, condenamos el beneplácito dado por ERC y BNG a esa resolución parlamentaria, que sólo demuestra la bancarrota del independentismo pequeño burgués en el Estado español y su paso con armas y bagajes al campo de las naciones opresoras.


Las lecciones de la guerra del Líbano

Al cierre de esta Redacción, se mantenía aún en pie la precaria tregua impuesta en el sur del Líbano por la Resolución 1701 de la ONU, en virtud de la cual el Ejército libanés –ese ejército que no ha querido defender su territorio de la invasión– está ocupando la zona como fuerza de pacificación, y a pesar de que Israel ya ha violado el alto el fuego con una incursión de comando en el Valle de la Bekaa, al noreste del país. Pero, como este Estado terrorista goza de impunidad criminal, nadie ha dicho nada. No importa, la acumulación de agravios al pueblo árabe se trocará un día en rabia desatada, que castigará a los asesinos como se merecen. Mientras tanto, es preciso extraer las lecciones que nos ha mostrado la lucha de resistencia del pueblo libanés. En algunos casos, es llover sobre mojado, como el hecho de que cada vez se hace más evidente el verdadero carácter de la ONU, guarida de lobos donde, mientras se habla de paz, se prepara la guerra. Siempre ha sido así y lo seguirá siendo. La ONU se muestra cada vez más claramente como instrumento del reparto del mundo entre las potencias. Ya va siendo hora de denunciar esta institución y su falso y melifluo discurso pacifista de concordia universal, que sólo persigue preservar el statu quo de un orden internacional imperialista. Una vez más, este organismo ha legalizado la intervención imperialista para el reequilibrio estratégico regional y su secuela de genocidio y masacre de un pueblo. Ya es hora de hacer comprender la necesidad de su liquidación como condición indispensable de un nuevo concierto internacional de justicia y libertad entre los pueblos. La ONU es la máxima expresión, en la actualidad, de la contradicción que gobierna los principales acontecimientos en el escenario mundial, la opresión de las naciones por el imperialismo desde la colusión de las potencias (como ha demostrado la identificación completa entre franceses y yanquis en el tratamiento de este conflicto). Es preciso hacer comprender a las masas que su lucha de liberación no puede culminar en componendas con este tipo de instituciones y que sus representantes no pueden albergar la esperanza de guarecerse bajo su paraguas como medida de autolegitimación. En cualquier caso, es precisamente en esta zona del mundo, en el Próximo y Medio Oriente, donde esta perspectiva va tomando cuerpo como avanzadilla de la rebelión de los oprimidos, a través de la resistencia persistente de palestinos, afganos, iraquíes e iraníes. Es de lamentar que, por el contrario, partidos que se habían convertido en faro de nuestro movimiento, como el Partido Comunista de Nepal (maoísta), hayan terminado virando en redondo en este asunto y hayan caído en el juego del imperialismo, al pretender someter la transición política que se vive en el país a la homologación de las democracias occidentales desde la aceptación del arbitraje de la ONU en el conflicto.
En segundo lugar, ha quedado al descubierto, una vez más, cuál es el factor desestabilizador de la zona. El Estado sionista-terrorista de Israel ha perseguido concienzudamente abrir esta crisis. Ya cuadran las cuentas en el asunto del asesinato, hace algunos meses, de Rafik Hariri, líder opositor libanés pro occidental, cuyo crimen, ahora se comprende, fue el primer paso de un plan de intervención militar en Líbano, iniciado con la excusa del secuestro de soldados judíos, en permanente provocación en la frontera durante todo este tiempo. El Mosad, al que no le dolieron prendas con ese crimen sobre un amigo, consiguió la salida del Ejército sirio de ese país, para dejar expedito el camino al Tsahal y aumentar la presión sobre el gobierno palestino de Hamás, sobre Siria e Irán (tampoco puede perderse de vista que esta guerra haya sido un ensayo general para una próxima intervención en este país), enemigos del yanqui en la región, y poder vengarse, además, de Hezbolá por la derrota de 1992. Pero el chacal no contaba con la resistencia de las masas del pueblo libanés, encabezado por esa organización chií. Aunque la cosa parece haber quedado en tablas, el sentimiento de derrota embarga a los sionistas: esperaban una Blitzkrieg, pero quedaron empantanados en su avance y sufrieron demasiadas bajas. Las lecciones son evidentes. Por una parte, no es posible la paz en el Próximo Oriente con la existencia del Estado sionista-terrorista-imperialista de Israel. Es precisa su destrucción; pero ésta no es posible desde la alianza de los Estados árabes, ya imposible y ya fracasada varias veces, sino desde la alianza revolucionaria de las clases populares árabes con el proletariado israelí. Sólo la erección de un Estado internacional en Palestina que destierre la xenofobia nacionalista y el fanatismo religioso puede resolver el problema de la convivencia plurinacional de los pueblos de la región. Naturalmente, se trata de un programa revolucionario fuera del horizonte de todos los dirigentes de ambos bandos, pero es la única base de reconstitución de un movimiento revolucionario en ese escenario.

Guerra popular y partido. Un buen ejemplo

Por otra parte, la lección más preciosa desde el punto de vista de la línea política del proletariado internacional: la guerra del Líbano ha vuelto a demostrar que al imperialismo sólo se le derrota con guerra popular. Si bien es cierto que, en este caso, no se trata de una guerra popular revolucionaria, pues no la dirige el proletariado sino la pequeña burguesía, han sido, sin embargo, las masas las protagonistas de la detención de la invasión y del fracaso de los planes sionistas. La guerra popular se ha vuelto a mostrar como forma genuina de la lucha de las masas oprimidas y como una ley universal de la lucha de clases. Debemos retener este hecho, que nos obliga a fijarnos en las bases políticas y organizativas sobre las que se ha sostenido esta forma de combate en este último episodio de guerra contra el imperialismo. Tanto más por cuanto puede orientarnos acerca de los caminos que debe prever transitar todo plan de construcción de un movimiento revolucionario en otros países que, como en nuestro, tienen esta tarea en el orden del día. Considerar las lecciones que el pueblo libanés nos ofrece, para tenerlas en cuenta en los debates que la vanguardia mantiene en torno a la táctica adecuada para la constitución de los instrumentos revolucionarios del proletariado, forma parte de nuestros deberes como clase internacionalista. Y, en particular, el estudio del movimiento de masas denominado Hezbolá nos puede dar pistas para la solución de esos debates, en concreto, para la solución correcta del problema de la naturaleza y de los requisitos de la Reconstitución del partido revolucionario del proletariado.
Si la guerra popular es una ley universal de la lucha de clases, el partido de la revolución proletaria deber ser un partido concebido con antelación para estar preparado para afrontar esa forma de lucha en un momento determinado. Desde el mismísimo momento de su elaboración original, el plan de Reconstitución del Partido Comunista debe sujetarse a esta exigencia y la vanguardia debe anticipar el itinerario que es necesario recorrer en este objetivo, desechando posibles desviaciones y encarrilando la marcha del proceso de construcción política en función de ese requisito. En este sentido, hay dos elementos que sobresalen con singularidad y que caracterizan al partido chií como movimiento subversivo. En primer lugar, se trata de un movimiento independiente de la sociedad, de su entorno político y cultural; vive imbricado en la realidad libanesa porque sus miembros forman parte de ella, pero no depende de ella, no se someta a sus ritmos ni a sus condiciones; Hezbolá posee sus propios organismos políticos, sus propios aparatos militar y cultural y sus propias redes cívico-sociales. Es un “Estado dentro del Estado”, como lo definió correctamente Bush para dar una imagen de su verdadera dimensión y de la medida del peligro que comporta para sus planes de control de un Estado títere en Líbano. En segundo lugar, se trata de un movimiento construido no desde las necesidades de una lucha concreta ni desde la evolución de alguna tradición de resistencia popular, sino desde el trabajo de masas de organizaciones ideologizadas que orquestaron las luchas parciales en torno a una concepción del mundo alternativa y radical y desde la propaganda de la necesidad de erigir una sociedad desde bases distintas. Naturalmente, puesto que se trata del programa de una clase poseedora, en la práctica todo eso no es más que propaganda reaccionaria y falsa conciencia para las masas, ya que la república islámica se funda, igual que el Estado burgués, sobre la propiedad privada y el capitalismo. Sin embargo, esto no es lo que importa ahora; para el caso que nos ocupa, lo importante no es el contenido social y político del movimiento (contenido no revolucionario), sino la forma de éste, el hecho de que los sectores dirigentes de las clases que representa esta corriente religiosa han comprendido y han aplicado las leyes de la construcción del movimiento político de masas bajo las condiciones de lucha contra clases que disponen del aparato del Estado, dando forma nueva, de avanzada, a lo viejo, al movimiento político de clases sociales históricamente reaccionarias o relegadas. Esas leyes son leyes objetivas, independientes de nuestra voluntad. Lo decisivo es querer aplicarlas, que los dirigentes políticos, independientemente de la clase a la que representen, contemplen en sus planes ese escenario, más o menos lejano, más o menos cercano, de lucha de clases sostenida por las masas armadas; lo decisivo es que los sectores de vanguardia de esas clases sean lo suficientemente inteligentes como para saber percibir las condiciones que imponen las leyes objetivas de la lucha de clases cuando se persigue como fin la destrucción del poder político y militar del enemigo. Resulta paradójico que representantes de una forma de pensamiento idealista hayan demostrado ser en política más materialistas que la mayoría de los marxistas de nuestro tiempo; resulta paradójico que los seguidores nominales de los grandes teóricos del pueblo en armas como base del Estado obrero (Lenin) y de la guerra popular (Mao) estén, hoy día, en posiciones de retaguardia en esta cuestión crucial; resulta paradójico que los dirigentes de otras clases hayan aprendido más de la experiencia de la Revolución Proletaria Mundial que los pretendidos dirigentes de la clase obrera.
Lo sintomático de esta triste situación radica, precisamente, en el presupuesto esencial de esos elementos que hemos señalado como característicos de Hezbolá como movimiento político independiente construido desde la ideología. Hezbolá es un movimiento político de masas; no es un partido al uso –a pesar de su nombre, Partido de Dios–, una simple organización de militantes, sino un gran movimiento donde se hallan fundidos vanguardia y masas. Es un partido en el pleno sentido moderno de la palabra, es decir, en su sentido marxista-leninista, a pesar de que no es un partido proletario. Los chiíes han sabido aplicar el concepto más avanzado de partido a sus planes de construcción de un movimiento de oposición, y en esto han dado una lección de leninismo a los leninistas oficiales, incapaces hoy de comprender la verdadera naturaleza del partido de nuevo tipo y obsesionados con reproducir el esquema del viejo partido entendido como organización de vanguardia a secas o como organización de masas con un programa político. En ambos casos se carece de alguno de los elementos imprescindibles que Hezbolá ha sabido reunir (ligazón con las masas en un movimiento único, para el primer caso, e ideología como eje de articulación de ese movimiento, para el segundo). No se trata, por tanto, de imitar el modelo de Hezbolá, sino de que Hezbolá ha seguido el modelo de partido leninista al servicio de clases para las que no fue pensado, mientras que los supuestos representantes de la clase para la que fue concebido coquetean con los modelos políticos de esas otras clases; se trata de que Hezbolá ha sido capaz de sonrojar a los comunistas y de mostrar cuál es el camino.
Como comunistas revolucionarios, nuestro deber es aprender de la lucha de clases internacional las lecciones que para la revolución aporta la experiencia de las masas. Es hora ya de quitarnos las anteojeras sindicalistas, de despojarnos de esa visión caduca que nos empuja a formarnos como vanguardia en el estrecho escenario de las luchas inmediatas de sectores aislados de la clase obrera, es hora de apartarnos de la escuela de la pelea diaria de la fábrica; es preciso ya adoptar un punto de vista estratégico, global, a una escala que nos permita cumplir con nuestra tarea de mostrar a los obreros conscientes algo distinto de lo que ya conocen, de mostrarles formas de lucha que no pueden desarrollar por sí mismos desde la experiencia de la manifestación reivindicativa o de la huelga de fábrica, de dotarles de una perspectiva nueva y más elevada que recoja el conjunto de toda la experiencia, presente y pasada, de la lucha de clases internacional que les permita recuperar como clase su posición perdida de vanguardia en esa lucha.

Movimiento Anti-Imperialista
31 de agosto de 2006