Nuestra lucha no se trata de una mera elección estrecha entre opciones electorales dentro del actual régimen, sino de apostar por formas de organización económica y espiritual, cualitativamente superiores a la civilización burguesa, donde se garantiza la emancipación del proletariado y la democracia real. Es la lucha popular por la conquista de la civilización socialista, partiendo del estudio científico de las bases materiales que lo posibilitan y con el objetivo último del comunismo.

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7 de febrero de 2006

Una historia corta sobre la Guerra Fría y el anticomunismo



William Blum
Killinghope.org
Traducido para Rebelión por Rodrigo Santamaría


Nuestro miedo a que el comunismo pudiera
apoderarse del mundo no nos dejó ver
que de hecho, el anticomunismo ya lo había hecho

Michael Parenti

Fue en los primeros días de la guerra de Vietnam cuando un oficial del Vietcong dijo a su prisionero americano: “Erais nuestros héroes tras la Guerra. Leíamos libros americanos y veíamos vuestras películas, entonces lo que más deseábamos era Ser tan rico y sabio como un americano. ¿Qué ocurrió?”

Lo mismo le podían haber preguntado un guatemalteco, un indonesio o un cubano durante los diez años anteriores, o un uruguayo, un chileno o un griego en la década siguiente. La buena voluntad y la credibilidad internacional de la que disfrutaban los Estados Unidos al fin de la Segunda Guerra Mundial se fue disipando, país por país, intervención tras intervención. La oportunidad de construir de nuevo un mundo arrasado por la guerra, de establecer las bases para la paz, la prosperidad y la justicia, colapsó bajo el horroroso peso del anticomunismo.
Este peso venía incrementándose desde hacía algún tiempo; de hecho, desde el primer día de la Revolución Rusa. En el verano de 1918 unos 13.000 soldados americanos se encontraban en la recién nacida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Dos años y miles de bajas después, las tropas americanas se fueron, fallando en su misión de “matar nada más nacer” al estado bolchevique, como Winston Churchill lo denominó3.

El joven Churchill era entonces ministro de Gran Bretaña para la Guerra y el Aire. Poco a poco, fue él el que dirigió la invasión de la Unión Soviética por los Aliados (Gran Bretaña, Estados Unidos, Francia, Japón y muchas otras naciones) unidos en la contrarrevolucionaria “Armada Blanca”. Años después, Churchill el historiador recogería sus opiniones de este hecho singular para la posteridad:

“¿Estaban [los aliados] en guerra con la Rusia Soviética? Desde luego que no, pero disparaban a cualquier ruso soviético que estuviera a la vista. Estuvieron invadiendo tierra rusa. Armaron a los enemigos del gobierno soviético. Bloquearon sus puertos, hundieron sus acorazados. Desearon y planearon su caída con gran interés. ¿Pero guerra? ¡Inaceptable!, ¿Interferencia? ¡Vergonzoso!. Era, repetían, una cuestión completamente indiferente para ellos la manera en la que los rusos llevaban sus asuntos internos. Eran imparciales ¡Bang!”

¿Qué había en esa revolución bolchevique que alarmó tanto a las naciones más poderosas del mundo? ¿Qué les llevó a invadir una tierra junto a la que habían luchado codo con codo durante más de tres años, y que había sufrido más muertes que cualquier otro país de ambos bandos en la Guerra Mundial?

Los bolcheviques tuvieron la audacia de hacer la paz en solitario con Alemania para apartarse de una guerra que veían como imperialista, y de ningún modo su guerra; y para así poder reconstruir su terriblemente devastada Rusia. Pero los bolcheviques tuvieron la audacia mucho mayor de derrocar un sistema capitalista-feudal y proclamar el primer estado socialista en la historia mundial. Esto era una osadía inaceptable. Este fue el crimen que los Aliados tenían que castigar, el virus que había que erradicar antes de que se extendiera entre su gente.
La invasión no consiguió su propósito inmediato, pero sus consecuencias fueron lo suficientemente profundas y persistentes como para llegar hasta nuestros días.

El profesor D. F. Fleming, historiador versado en la Guerra Fría de la Universidad de Vanderbilt, escribió:
Para el pueblo americano no existe la tragedia de las intervenciones en Rusia, o como mucho es un incidente insignificante ocurrido hace mucho tiempo. Pero para las gentes soviéticas y sus líderes ese periodo fue un tiempo de asesinatos continuos, saqueo y rapiña, plaga y hambre, sufrimientos desmedidos para millones de personas – fue una experiencia que quedó grabada a fuego en el alma de la nación, inolvidable durante muchas generaciones. Durante un gran número de años, la dureza del régimen soviético puede justificarse por el miedo a que los poderes capitalistas volvieran a terminar el trabajo. No es extraño que en su conferencia en Nueva York, el 17 de septiembre de 1959, el primer ministro Krushchev nos recordara esas intervenciones diciendo: "hubo un tiempo en que mandasteis tropas para exterminar nuestra revolución.”

Para seguir leyendo:
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=26505

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

El romanticismo de la lucha por un nuevo sistema económico-social, supuestamente más justo, que tuvo un costo social desconocido en la historia, no se sostiene ante un hecho básico: el sistema de socialismo real era defectuoso, en su puesta en funciones se cometieron graves errores, las deficiencias del modo de vida empujaron a la eutanasia del PCUS. El sistema fue inviable, un camino sin salida. Lo corroboran Cuba y China.

1:00 a. m.  

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