Nuestra lucha no se trata de una mera elección estrecha entre opciones electorales dentro del actual régimen, sino de apostar por formas de organización económica y espiritual, cualitativamente superiores a la civilización burguesa, donde se garantiza la emancipación del proletariado y la democracia real. Es la lucha popular por la conquista de la civilización socialista, partiendo del estudio científico de las bases materiales que lo posibilitan y con el objetivo último del comunismo.

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11 de abril de 2010

La segunda revolución kirguisa. Vino como un torbellino

Monumento a los mártires de la Revolución construido en 1978. La figura principal es la luchadora Urkuya Salieva
Los padres del socialismo científico en el Parque Oak de Bishek, antigua Frunze.

Pavel Sviridov
Sovietskaya Rossia

Traducido del ruso por Josafat S. Comín

Esta segunda revolución kirguisa no debería recibir el hermoso nombre de una flor, en honor de los tulipanes o las rosas, pues su color es el de la sangre y el del resplandor de las llamas.
Al igual que hace cinco años cuando aupado por otra oleada de protestas (mucho menos sangrientas y crueles que las de estos días) al poder llegó el hoy derrocado Bakiev, los acontecimientos en Kirguistán se desarrollaron de un modo frenético e impredecible. El 6 de abril cuando se caldeó la situación en Talas, nadie, incluyendo a los líderes de la oposición hubiera podido imaginar que las protestas desembocarían en un auténtico levantamiento, que conduciría al derrocamiento del régimen. Ocurre que los métodos represivos no solo no son la panacea, al contrario, el uso de la fuerza contra los descontentos puede conducir justo a un resultado totalmente contrario al deseado. Si el gobierno hubiera permitido a la oposición celebrar sus “Kurultai” (asambleas), posiblemente la cosa no habría ido más allá de los acostumbrados mítines y llamamientos. Aunque por supuesto el problema no estaba solo en la prohibición de reunirse y en la detención de los líderes opositores. A cinco años de la “revolución de los tulipanes”, la decepción había cundido entre la ciudadanía kirguisa, había derivado en indignación, y finalmente en desesperación, capaz de rebasar el vaso de la paciencia. Bakiev había prometido traer la democracia, pero pocos días antes de su derrocamiento había declarado que los kirguises no están preparados para ella. Bakiev había asegurado que lucharía contra la corrupción y los clanes, que habían sido el soporte del anterior gobierno de Akayev, y bajo su mandato ambos males se reprodujeron como nunca antes.
El clan de los Bakiev (el hijo pequeño Maxim, que dirigía la Agencia central de desarrollo e inversiones, y que en el momento de desatarse los acontecimientos se encontraba de viaje en los EE.UU, para discutir los detalles de las inversiones estadounidenses en el país, el hijo mayor Marat que dirigía uno de los departamentos de Comité de Seguridad Nacional, y el hermano Zhanysh, jefe del servicio de seguridad del presidente) pensaba solo en su propio poder y bienestar. Mientras el pueblo de Kirguistán seguía viviendo en la pobreza, sin poder alcanzar el PIB que tenía en 1990, con una industria desmontada en los 90, que seguía sin reconstruirse.
En declaraciones a la agencia Regnum el analista Toktogul Kakcheheyev confesaba: “Hemos convertido el país en un mercadillo, lo hemos vendido todo, las antiguas fábricas de construcción de maquinaria “Torgmash”, “Selmash”, como consecuencia de esas políticas privatizadoras, están ocupadas ahora por mercadillos, hemos perdido mucho de lo que teníamos y apenas ahora empezábamos a intentar recuperar la industria y la agricultura”.
Si el presidente Bakiev en lugar de ocuparse de repartir cargos entre sus allegados y de buscar su enriquecimiento personal, se hubiera ocupado de la economía, la situación del pueblo no sería tan crítica. Pero en lugar de eso lo que se hizo fue privatizar una serie de empresas estratégicas del sector energético. Los nuevos propietarios lo primero que hicieron fue subir las tarifas de la luz. Como resultado aumentaron los precios de todos los productos de primera necesidad. Muchos kirguises que ya de por sí se las ingeniaban como podían para llegar a fin de mes, víctimas de una altísima tasa de desempleo y de unas pensiones de miseria, se vieron de golpe luchando literalmente por su supervivencia.
La dirigente del gobierno provisional Otumbayeva se ha apresurado a declarar nulos los acuerdos de venta de las empresas energéticas, lo que según sus palabras permitirá reducir las tarifas de la luz y de las telecomunicaciones.
No sabremos si habrán aprendido la lección de esa revolución nada aterciopelada del 2005 y de este levantamiento de abril los antiguos líderes de la oposición. Al fin y al cabo los nombres de esos líderes de oposición que han “derrocado la dictador” en el 2010, son los mismos del 2005. Y en estos años transcurridos, en los que han sido primeros ministros, ministros, portavoces parlamentarios, no ha hecho nada para el pueblo. Sus disputas internas les llevaron a la oposición, para de nuevo volver al poder mediante el horror, la sangre y las víctimas de estos días.
Solo que la incredulidad y el ensañamiento de la gente es ahora mucho mayor. No pueden seguir viviendo como hasta ahora, pero tampoco creen que vaya a mejorar nada. De ahí ese nivel de violencia, cuando tu propia vida y la de los demás te son indiferentes.
La vez pasada el golpe de estado vino de sur, de donde es originario Bakiev, mientras que ahora ha venido del norte, pues la mayoría de los líderes de oposición son norteños. La división territorial del país entre norte y sur, podría acarrear conflictos étnicos (en el sur de Kirguistán vive un importante porcentaje de uzbekos) y desembocar en guerra civil. Por ahora, en el sur, donde muchos siguen considerando a su paisano Bakiev el presidente legítimo, se conserva una relativa calma.

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